domingo, 8 de noviembre de 2009

MIL JUEGOS UN CASTIGO “Seis años y tres días”




Era la mañana del jueves diez de enero, me levante queriendo quedarme en la cama, los gritos de la Tía Digna, recibía la mañana, a los lejos se oían los gallos cantar, llegué a la escuela somnoliento, sentado en el pupitre, me perdía en un estado embriagador, en donde los colores y la formas hacían gala en mi imaginación, los seres que amaba eran mis compañeros, los sentía cerca, los veía a mi lado, cuando quise conversar con el que yo pensaba que era mi padre, sentí una mirada oscura que atravesaba mi cuerpo he irrumpía en mi ilusión, era la señorita Débora, mi profesora, aunque para mí era la madre del mismo demonio. Como odiaba ese día, el día de la lección del tan mentado libro Mí Jardín, lección que no sabía. A los seis años comienzas a interpretar y como todo un profeta; era factible predecir mi destino, el jalón de orejas era algo de lo que no podría escapar, y peor aún maltrato que debía aceptar con resignación como castigo divino.

El salón de clases estaba colmado de idiotas, si, dije idiotas, idiotas con poca edad, niños de seis a siete años, pero igualmente idiotas, ese mal no distingue en edad, y no discrimina a nadie, la idiotez va en sus genes, otros menos afortunados la adquieren con el tiempo y la adaptan como forma de vida, y unos más la tiende a comprar, la idiotez también se compra, y hasta se coloca de moda, me atrevería a decir que somos idiotas permanentes, un bien genuino del sistema en el que hemos crecido, me refiero a mi jaula de idiotas ( mi salón de clases).

Sentía que el pupitre me amarraba, no me atrevía a levantarme por más ganas de orinar que pudiera tener, el miedo congelaba todos mis impulsos, mi corazón se detenía, y ante el terror que me invadía la vida de los otros seguía, mientras yo observaba como un huésped no deseado. Con frecuencia la clase era interrumpida por una madre frenética, que entraba como perro por su casa para abrazar a su hijo y entregarle cualquier detalle, aquel niño rubio, perfecto como el sol, sonreía grotescamente, como diciéndole a todos que era feliz, y si, la felicidad también a los seis años es muestra de vanidad, y más si el niño que observa carece de todo tipo de afecto, el amor se muestra como un objeto valiosísimo al cual no todos tienen acceso, para eso hay que tener cabello rubio y sonrisa angelical, y cuando se tiene mirada triste y oscura como la noche, con un cabello rebelde como una escoba vieja, es imposible comprar el amor. A pesar de mi envidia notable y confesa ese era el momento más sublime que podía tener en el día, era como si me robara su momento, era como si fuese yo el hijo del sol y ella mi madre y a los seis años aprendí a robarme los momentos de otros, para llenar mis vacios, para tapiar con imágenes los espacios en blanco.

Aprendí a escribir antes que a leer, me fascinaba llenar los cuadernos con copias de palabras que no entendía, pero para mí, era importante, me enamore de las formas de las letras, de la B larga, de la V pequeña, del rastrille del lápiz al pasar por una hoja, con ese dulce olor a nuevo, y ni hablar del encanto de las oraciones, sin saber que eran oraciones, así comencé a tener letras consentidas, recuerdo a mi R con preferencia, R de todas formas y pintadas de todos los colores.

Faltando diez minutos para las once de la mañana y cuando pensaba que la lección no afectaría mis orejas, ni mi cabello; se escucho mi nombre, con una voz de ultra tumba que sobresalía entre las murmuraciones y que parecía venir del mismísimo infierno. Un ¡muévete ahora!, me hizo dar el primer paso, mientras las ganas de orinar aparecían, para aumentar mi pánico, las piernas comenzaron a temblarme, no era nada fácil de enfrentar a esa puta con forma de maestra (pido perdón de las putas, por tan nefasta comparación). Al estar frente a ella, yo sólo me atrevía a mirar al piso, observando sus horribles zapatos rojos escarlata, mientras la muy puta se dedicaba a sacudir mi brazo, incrustando sus largas uñas en mi piel. Y el que dice aquí, - ¡Que dice aquí muchachito! aturdía mi mente, bloqueando automáticamente mi boca, y por más que hubiese querido, de allí era imposible que saliera alguna palabra. Deletrear era lo más difícil que podía existir para mi en ese momento, mis lagrimas mojaban aquel libro de enseñanza maléfica, y el mamá ama a papá, era tan difícil de comprender, que el llanto hacia acto de presencia al sentir el doloroso jalón de orejas, el tiempo se detenía y aquella sensación de dolor se hacía eterna. Después del reglamentado castigo recogía mi malévolo libro, he iba directo a mi pupitre a esperar que el reloj marcara las once, las murmuraciones de los demás niños idiotas eran apabullantes, cerraba los ojos para que todo terminara, pero nada cambiaba; para ese entonces los idiotas solían hacer mucho daño en mi vida, hoy en día los idiotas siguen causando mucho daño, hoy en día elegimos y somos gobernados por idiotas, hoy en día nos siguen maltratando los idiotas, pero esa es otra historia de mi vida, la historia de los idiotas y como han ido evolucionando para llegar al poder.

Eran las diez y cincuenta y ocho minutos de la mañana, cuando la puta maestra anunció con su voz de cariño poco sentido. – Niños, el viernes no tendremos clases, así que continuaremos con nuestras actividades el próximo lunes. El gran niño idiota interrumpe. – El viernes de mañana Profe. A lo que ella contesta en seguida con cara de hastío. - Si Miguel el viernes de mañana. En ese instante suena el timbre, y la profesora continua diciendo. – Que tengan un buen fin de semana niños. Mientras todos recogían sus cosas, apurados para largarse de esa horrible cárcel, yo observaba la escalofriante sonrisa de la putica que me impartía las clases, se supone que no debo decir groserías, se supone que no debo saber que es una puta, pero sé que es algo malo, perdón otra vez por las señoras putas, pero ella, la bruja del salón merecía todos los peores insultos, pero para ese entonces sólo conocía la palabra puta. Mi Digna se lo había dicho una vez a una de sus hijas. – No puedes comportarte como una puta, tú eres diferente, por el simple hecho de pertenecer a esta familia. Si, como verán ser parte de nuestra familia no es tarea fácil, todos debíamos ser prepotentes, orgullosos y tener esa cosa en los ojos que amenaza y que hace temblar a más de uno, no obstante yo no herede nada de estos tres requisitos imprescindibles para el respeto familiar, mi apariencia era la de un chico blandengue, medio enfermo, algo loco y tembloroso de nacimiento, era lo que nadie quería como hijo, por lo menos en mi familia.

Cuando recogía mis útiles para partir, mis pensamientos iban tan rápido que todo mi cuerpo actuaba con lentitud, ya que impedía que pudiera realizar otra cosa que no fuera pensar en la decisión que se posaba en la salida de ese lugar, allá en donde el sol brilla con libertad. Subí la mirada, y allí estaba él. Aquel niño que vendría a cambiar mi vida, el niño más hermoso que había visto en mi vida, blanco como las hojas de papel para dibujar, de ojos azules como el océano, de cabello tan negro como las noches sin luna, él era diferente, desde el primer momento sentí que no era de este mundo, todo se borro, y el espacio le pertenecía por completo, él simplemente me miraba, con miedo le sonreí, y cuando el devolvió su sonrisa sentí un escalofrió por todo mi cuerpo, mi piel se erizo. De nuevo algo me sacudía, el movimiento me hizo volver en si mismo, sentí la uñas clavadas en mi piel, era la puta profesora, quien se despedía de mi. – Maldigo la hora en que llegaste a mi salón, no ves que contaminas mí aula de clases. No eres normal, y nunca lo serás, deforme, si tu familia no fuera quien es, yo misma te hubiese echado de aquí a patadas… ¡Ahora largo de aquí mostrito!.

Salí de ese lugar queriendo no regresar jamás y estando allí en la franja en donde te pega el sol de frente, en donde vez las esperanza dispersadas a lo largo de una carretera que te lleva no sé a donde, pero te lleva. El sitio a donde nunca debía acercarme. Allí tuve que dar el primer paso, y descubrir que vivía en mis decisiones.
Cómo los demás días llegue a la casa de la estricta Tía Digna, la que cuidaba de mí, y chupaba como santigüera el dinero de mi padre, cada gesto, cada ofrecimiento tenía un valor. Y los días en que se demoraba el jugoso cheque, salía su verdadera personalidad, la de la mujer amargada, que vivía con un hombre del cual nunca estuvo enamorada, y en secreto se entendía con su cuñado, esperando que muriera su esposo, de esa rara enfermedad que según decían era brujería, pues su foto estaba enterrada en algún cementerio, dicho maleficio comentaba la tía Digna cuando discutía con su moribundo esposo, se lo había montado su amante, la mujer que más odiaba, la que según ella tenía pacto con el diablo y se convertía en zamuro para sabotear las noches de lujuria comprometida con su compañero. Digna y sus tres gigantes hijos, uno más desfavorecido que el otro, con una inteligencia precaria, no habían podido triunfar, en nada, así que terminaron convirtiéndose por necesidad en hienas que escarbaban entre el dinero de su hermano Giuliano, mi amado padre.
Esa noche bajo la luz tenue de un bombillo, guarde mis sandalias de baño, en el morral que utilizaba para ir al colegio, me dio miedo guarda un poco de ropa, no quería causar sospecha, sin embargo me negaba a huir sin mis cholas de baño, pues la respuesta era muy lógica, como iba a bañarme sin ellas, A los seis años hay que tener prioridades, y entre ellas estaban mis cholas de baño. Me quede dormido pensaba en la añorada partida.

Al día siguiente me levante para ir al colegio, nadie sospecho de mi mirada perdida y mucho menos de mi floreciente risa maliciosa, durante el desayuno me dedique a observarlos a todos, comían como cerdos, yo no pude probar casi bocado, sólo pensaba en lo idiotas que podían ser, pertenecía a ese selecto grupo de la idiotez adulta, síndrome más avanzado de la estupidez desaforada, mi primo Leonardo se me queda mirando y dice – Que me ves anormal, no entiendo porque tenemos que soportar a un enfermo en nuestra casa mamá. La Tía Digna lo interrumpe – Deja de mirarlo Santiago, te das cuenta porque todo el mundo piensa que eres enfermo, deberías compórtate como una persona normal, fíjate en tu primos y aprende de ellos, tendré que hablar con tu maestra, debe ponerte más carácter. No dije ni una sola palabra, ni siquiera me inmute porque sabría que jamás los volvería a ver, me levante de la mesa recogí todos los platos y como de costumbre lave todo, dejando la cocina reluciente como exigía la tía Digna.

Llego la hora, salí de la casa como los demás días, pase por mi colegio, que se llama “la consolación”, me paré frente a el, quería decirle lo mucho que lo odiaba, quería patearle su podrido trasero, pero a los seis años, a mi me daba pena pelear contra una casa cerrada con llave y candados, y para mi mala suerte desconocía el trasero de tal edificación, así que opte por insultarla en mi mente, pero les digo algo, sé que ella me escucho, pues sentí sus murmullos, la rejas deseaban encerrarme, pero sabían que al mundo que yo pertenecía, no podía tener movimiento, y su vida se petrificaba en objetos inamovibles.

Me dirigí a la carretera principal, la única vía que existía, y la única vía que me llevaría a la casa de la añorada nonna, tomé el primer autobús de servicio público sin saber a donde iba, simplemente confié en mi instinto, la razón tuve que encajonarla, al subir al transporte, me pare al lado de una señora embarazada, con una barriga tan grande, que parecía que iba a tener un dinosaurio, pase minutos observado su enorme barriga, a mi edad ya sabia que los niños venían del vientre de la madre, pero aún no entendía la necesidad de introducirlo allí, que sentido tenía, en mi reflexiones alguien toco mi mano, una mano helada, sus uñas estaban moradas, y al darme cuenta un escalofrió sacudió mi cuerpo, era él, el niño hermoso el de la sonrisa, su mano se aferro a la mía la cual me sujetaba de la baranda del autobús, cruzo sus dedos entre los míos y sonreían, yo no tuve valor de decirle nada, pero al parecer ninguna de las personas que estaban allí parecían darse cuenta de la situación, era como si yo fuese el único que tenía el privilegio o la desdicha de verlo. A la señora embarazada se le cae de las manos su cédula de identidad y me miro a mi, como esperando que yo la recogiera, el documento quedo en los escalones del vehículo, yo sin pensarlo se la recogí, y esperé un gesto amable de la ingrata señora con barriga de dinosaurio, un gesto amable como el de pagarme el pasaje por ejemplo, ya que el chofer no aceptaba sólo gracias. Pero la desagradecida señora lo dio por cancelado con un simple mmm y media sonrisa, un mmm, quién come con un mmm, quién vive con un mmm, quien tiene éxito en su huida con un mmm. Y para colmo de males el niño extraño ya no estaba en el autobús, ¿a donde abría ido y cómo?, en qué momento se bajo si yo estaba en la puerta. Otro ingrato más pensé. Las dudas comenzaron a atacarme y dejé de ser un niño de seis años para convertirme en un forajido de seis años. Mis preocupaciones se interrumpieron con la voz aguda del chofer – Niño el pasaje por favor, no se me haga el paisa. El miedo me ataco en el acto pues no tenía ni un solo centavo a lo que pude responder – Ya voy señor, un momento. Y precisamente eso era lo que necesitaba, un momento para llegar a la parada de las Colinas de las Dantas, en donde vivía la nonna, esa voz insistente por su pasaje agitaba los latidos de mi corazón, entre mis nervios y el pavor a lo desconocido buscaba absurdamente entre los bolsillos de mi pantalón de corte francés, para cancelar los dos bolívares.

El autobús fue llegando a las Colinas, estaba tan cerca y tan lejos, que al verlo no pude perder la oportunidad y sin esperar a que el camión se detuviera, me lancé de ella, caí estrepitosamente en el asfalto, raspándome las rodillas, la cara, y los codos, con las piernas ensangrentadas y el pantalón francés roto me levante, miré hacia atrás, y el autobús se había detenido metros más adelante, el pavor se apodero de mi, al lado del vehículo estaba otra vez ese niño raro que aparecía en momentos poco oportunos, el pavor se apodero de mi, sólo se me ocurrió correr, correr, y correr. El miedo es como una sombra que te persigue, prohibiéndote el equilibrio, vetándote la paz y por huir de esa sensación somos capaces de cualquier cosa.

Atravesé media montaña hasta llegar a la casa grande, a la casa de la nonna, cuando entré, sentí todas las miradas sobre mí, y las mentiras de un niño de seis años comenzaron a echar raíces, y a tejer una historia que le concedieron la benevolencia de la amada nonna, pero gracias al teléfono ya todo se sabia, ese aparato dijo en dos minutos, lo que yo me tarde en construir una noche entera.

Santiago se ha escapado de casa de la tía Digna, decían. La nonna no me pregunto el por que lo hice, sino el por que me atreví, de donde había sacado el valor para desafiar lo que mis padres habían considerado bueno para mi, cabe destacar que cuando ella hablaba de mis padres se refería a su decisión, pues mi madre nunca fue considerada mi madre, su opinión nunca importaba, eso sucede cuando no tienes un linaje que reafirme y decore tus opiniones, ser un don nadie es otro de los infortunios que no se perdonan en esta familia.

Mi boca pareció sellarme, y las palabras brillaron por su ausencia, así fueron pasando los días, hasta que en un domingo llegaron mis padres de emergencia, su hijo loco, ahora no sólo era loco sino rebelde y debía ser encaminado lo antes posible. Había oídos a las empleadas de la cocina, quienes se compadecían de mi, y afirmaban que el niño loco debía buscar un poco de cordura para explicarle a su padre, quien seguramente me daría la paliza de mi vida. Yo simplemente deseaba verlos, no me importaban sus regaños, no me importaban sus golpes, si los veía todo valdría la pena.

Me despertó, Juanita, la empleada más vieja de la casa me ayudó a vestir, ella nunca me hablaba, siento que yo le daba miedo, cuando la miraba a los ojos me volteaba la mirada, y más de una vez la vi persignarse cuando entraba o salía de mi habitación, Juanita me llevó a la sala principal, y me sentó en una silla de mimbre, y por primera vez me hablo, susurrando al oído. – Si en algo me estimas, por favor no te muevas de la silla, no hagas nada que no sea respirar. Juanita salió de la sala, y yo pasé horas sentado en esa silla, mientras en la sala contigua se encontraba mis padres con la nonna, separados por una puerta de cristal opaco. Oí gritos, lamentos, y hasta un llanto, sin embargo fui incapaz de moverme. De un momento a otro y sin previo aviso, la puerta se abrió para dar paso a la sala en la que yo me encontraba sentado. La nonna, la imponente Verona, la mujer de las arrugas amargas. – Su hijo estará mejor conmigo que con ustedes, ahora Giuliano saca a esta mujer de mi casa. La nonna salió de la sala mientras a lo lejos observe a la que era mi madre llorando en una silla, mi padre me dirigió una mirada benevolente, para luego levantar a mi madre de un brazo y salir por uno de los pasillos laterales. Ninguno se me acerco. Ninguno dijo nada. Me terminé quedado dormido en esa silla de mimbre, y en horas de la madrugada volví a sentir aquella mano helada que acariciaba mi rostro, al despertar volví a ver a ese niño misterioso, me ayudo a parar de la silla, me tomó de la mano y me acompaño a mi habitación…

Hoy comprendo aquel silencio, y aprendí a querer mi vida en ruidos apaciguados, en tormentas disfrazadas, ese día comprendí que las circunstancias hablan por nosotros, y que a los seis años una silla de mimbre me robo mi valor. Y los próximos siete años de mí vida se decidieron a puerta cerrada.

El internado del sagrado corazón habría de ser mi destino…

miércoles, 4 de noviembre de 2009

MIL JUEGOS UN CASTIGO ----- Soy




Santiago se sienta sobre las raíces del árbol, aquel orgulloso samán que se erige con altanería ante la casa grande, como queriendo decir que él lo sabe todo. Con fuerza el viento sacude las rancias ramas de los arboles, mientras el muchacho escribe en un viejo cuaderno, imprimiendo aquellos sentimientos en el ya desgatado papel…

Ese soy yo…
Palabras, palabras, palabras que dan sentido a lo que soy… ¿y que soy?
El hombre que va…

El cuadrado, que todo lo encaja en un horario.
El que no entiende el gusto por lo absurdo…
El que oye detrás de los sonidos, el que intenta entender más allá de lo que se está explicando. Soy parte de aquello que busca, lo que sabe, soy más que un apellido, y un padre perdido, soy más que deudas y una mala herencia dada, soy más que una fotografía en alguna parte del mundo.

Soy el niño que mira en la ventana, y pierde su mirada en el largo camino, soy el recuerdo de un esquizofrénico, soy el olor del café molido, el niño de la casa grande. Soy el número 31 de un mes de diciembre, soy la espera de un teléfono, soy vida, alegría pero también tristeza y muerte… Soy el objeto del aeropuerto que nunca encontraron, soy el intento de un libro, y la agonía de un mensaje de voz… soy entre otras cosas una eterna llegada, y una mala partida.

Soy Santiago, pero también soy una parte de ellos, de aquellos que se han ido, de los que no volverán, de los que hablan en el viento y me visitan en los días de melancolía, soy una familia unida, que conoce el desarraigo y el desprendimiento de los seres que más ama.

Soy eso que nadie puede describir, ese silencio, que aprieta el corazón, anula las palabras y te amarra con un nudo en la garganta…

En un día como hoy… sigo siendo, sigo existiendo, sigo siendo ustedes…


Dedicado a todos los que han sido y serán, a los que regresan en los días amarillos, en donde el mundo se enferma de hepatitis y te ves siendo un niño, aunque el calendario te muestre otra realidad.

¿Quién es James Capafho?

Mi foto
Caracas, Venezuela
No hay nada más importante en mi vida, que escribir y dar a conocer, ese mundo que existe, en cada historia, en cada cuento, y en cada una de nuestras palabras, que pierden la monotonía, por el solo hecho de contarlas.

Agradecimientos



Quiero darles las gracias a todas aquellas personas que han formado parte de mi vida, desde la señora que me cuidaba y hoy no recuerdo su nombre, hasta el señor de las mil preguntas, con sus mil y una respuestas, a todos esos seres que se borraron en el intento. A la abuelita del aeropuerto del Dorado en Bogota, que sin conocerme me auguró un futuro de prosperidad.







Agradezco a esas personas que existieron y luego volaron a otro nivel, pero que antes de partir me brindaron instantes llenos de emociones. A todos aquellos que me remplazaron por otros y a todos aquellos que yo reemplace. A los que me olvidaron y hoy ni siquiera saben mi nombre y a los que yo olvide, con el transcurso del tiempo.







Agradezco a los que me apoyaron desde muy lejos, y hoy en la lejanía del fin del mundo, siguen confiando en mi, deseándome lo mejor. A los que siempre estuvieron y seguirán estando en mi vida de manera perdida, a los que se fueron un día y nunca volvieron, a mis ex amigos, a mis ex compañeros de clases, a mis ex profesores. A las risas, a las burlas, a los chistes sin sentido, quiero que sepan que todo valió la pena, y que todo tenía y debía pasar.







Agradezco a todas esas personas que me quisieron, a los que me quieren y a los que me querrán. A ustedes mis nuevos amigos, que entran en mi vida, para conformar mi presente. Sean todos bienvenidos, que la vida comienza cada cierto tiempo y se reinventa cada vez que lo necesita.



A todos ellos gracias, por contribuir a mi evolución ayudándome a buscarle aquel sentido critico que tiene la vida, y que antes no sabia, fueron ustedes el escalón para llegar. Somos parte de esos momentos, momentos infortunados y felices.



Antes de terminar:



Quisiera retribuirle de alguna manera todo mi afecto, a ese ser que si existió, y que de repente, dejó de estar en mi vida de forma física, para convertirse en un ente especial que sólo yo puedo percibir, gracias por ayudarme a comprender que a veces los seres que más amamos se encuentran con nosotros de manera ausente. Donde quieras que estés, este libro es para ti.







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PRONTO... MIL JUEGOS UN CASTIGO escrito por James Capafho